viernes, 9 de septiembre de 2011

El Familiar



El Familiar es uno de los mitos y/o leyendas más interesantes de mi región. Suele ser tanto un mediador como la reencarnación misma del diablo en el cuerpo de un animal. Este puede ser un perro, una serpiente, un toro, un chivo negro, en fin, diferentes animales; las variantes son numerosas y, en general, las impone cada región. En Santiago del Estero, el Familiar está comúnmente representado por un perro, una serpiente o un toro; mientras que en Tucumán se repite el motivo del perro y la serpiente. También se puede establecer una clara asociación en relación a la industria prevaleciente de la zona con el animal en el cual se encarna el diablo; por un lado, en los lugares donde se desarrolla la industria azucarera, el Familiar aparece en forma de perro, mientras que la serpiente se encuentra asociada a la industria vitivinícola.
En el Noroeste Argentino está muy difundida la idea del Perro Familiar. Se dice que el Perro Familiar era, o es (vale la aclaración debido a que algunos afirman que desapareció al cerrar los ingenios) un perro de gran tamaño, negro, y con enormes y brillantes ojos colorados que aparecía arrastrando pesadas cadenas con las que castigaba a los obreros que incurrían en falta. En especial cuando encontraba alguno alcoholizado, en las noches de domingo a sábado, o cuando encontraba robando al patrón. También se alude a él, pero con menor frecuencia, destacando las mismas características señaladas anteriormente solo que sin cabeza.
Octavio Cejas describe al Perro Familiar como un “engendro maléfico al servicio de propietarios de grandes fundos agrícolas y dueños de ingenios cañeros” y continua detallando los principales aspectos sociales, políticos y económicos del contexto histórico del cual surge el mito, o leyenda, en Tucumán: “En Tucumán, en la década del 50, llegaron a funcionar veintisiete fábricas azucareras. Eso fue hasta agosto de 1966 cuando el gobierno del Gral. Juan Carlos Onganía en nombre de la denominada 'Revolución Argentina' cerró compulsivamente a once ingenios. Esto motivó en pocos años al éxodo de casi la cuarta parte de la población tucumana, en los años sesenta. Se calcula que abandonaron su tierra alrededor de 250 mil tucumanos. En las zafras azucareras trabajaban miles de obreros locales y “golondrinas” que procedían de diferentes provincias, especialmente catamarqueños y santiagueños. También “los collas”, sin diferenciar a jujeños, salteños y ni bolivianos. Entre los llegados, el mito o la leyenda, transmitida de generación en generación por narración oral prendía de inmediato y de este modo se sumergían en un clima de permanente temor.”
Uno de los ingenios tucumanos, el Ingenio Santa Ana (ubicado cerca de 100 kilómetros al sudoeste de la capital tucumana), adquiere gran relevancia en el tema; no solo por haber sido considerado en su momento la segunda fábrica azucarera más grande de América Latina, sino porque también se asegura que el mito nació en este lugar o en el ingenio Lules; de cualquier manera, de la mano del creador (en el caso del ingenio Santa Ana) o propietario de ambos ingenios, el francés Clodomiro Hileret.
Clodomiro Hileret fue un francés que llegó a Tucumán en 1876 junto con el ferrocarril como la mayoría de los inmigrantes, “con una mano atrás y la otra adelante”, cargando con el sueño de “hacerse la América”. En muy poco tiempo creó fuertes lazos sociales y comerciales, quizás gracias a su personalidad extrovertida y/o a la necesidad de instructores europeos que demandaba el alto sector de la sociedad tucumana, que le permitieron luego transformarse en el propietario del ingenio Lules.
A causa de su ingenio (no azucarero) o del asombro que causó en el pueblo tan repentino acopio de riqueza, se comenzó a murmurar que “el gringo había hecho pacto con el coludo” y es así como nace la imagen del familiar. Comenzaron a aparecer quienes aseguraban haber oído el ruido de gruesas cadenas “ramiadas” por la noche o haber visto un enorme perro negro de brillantes, rojos y enormes ojos y afilados dientes que llegaba a arrojar fuego de sus fauces. De esta manera, se regó el pueblo con el rumor de que Hileret había pactado y llegado a un acuerdo con el diablo en el que debía entregar, como condición para que el ingenio funcionase bien, un peón por zafra; y era precisamente el perro familiar quien salía a buscar a ese peón.
          La gente no solo comenzó a temerle al familiar, sino también al “gringo”. Temor que confundió con respeto y aprovechó para ejercer un mayor poder en el pueblo y un mayor dominio de las fuerzas productivas. Se decía que debajo de los pisos de madera del caserío salía olor a azufre. Se habló además de pasadizos secretos que unían la casa principal con la del administrador y la fábrica; túneles que desembocaban en una habitación abovedada en el subsuelo, donde residía y aguardaba el Familiar la entrada del próximo peón, su próxima cena.
La idea de un pacto existente entre el diablo y una persona que prosperó y enriqueció en poco tiempo pudo llegar a justificar la desigualdad económica y social que oprimió y alienó al sector mayoritario de las fuerzas productivas. Hecho que también funciona a modo de boomerang, si se supone la creación del mito por parte de los proletarios, dado que permite practicar un mayor dominio y control por parte del dueño del ingenio al ejercer el poder que causa el temor en sus obreros. José Augusto Moreno escribió para “El periódico” de San Miguel de Tucumán del 6 de noviembre de 1994: “Con toda probabilidad el ‘Familiar’ es también el patrón, el poder, la autoridad, el opresor. Pero no solamente eso. Es la imagen misma de la injusticia, del yugo que sienten hace siglos los pueblos de América Latina sobre sus espaldas. Es el desequilibrio social, la marginación, el extranjero que impone nuevas formas de vida y destruye culturas preexistentes.”. Además, cabe preguntarse si aquellos obreros que llevó El Familiar no fueron los primeros desaparecidos de la Argentina, dado que se caracterizaron con demasiada frecuencia a los peones elegidos como los más “buenitos” para el pueblo y los más rebeldes y contestadores para los capataces y dueños del ingenio.

Bueno... quizás es mucho preámbulo para un dibujo, pero repito: es uno de los mitos más interesantes; demasiada verdad y demasiada historia acarrea este personaje amarrado a sus cadenas.


1 comentario:

  1. Infunde miedo el perro con las cadenas. La chinada más grande nos hacía asustar cuando éramos pequeños arrastrando cadenas en el Taller Rotondo (passo al 100). Como dato ilustrativo quiero agregar que nos agarramos a cadenazos con la hinchada de Sportivo Guzmán y los hicimos correr por la 1º de Mayo hasta Lawn Tennis. Gran obra, Pepe!

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