Un péndulo muestra la hilacha. Y yo mojando mi frente en la lana albiceleste de un ayer.
Fui testigo
de sus ojos dando luz a la vida en dirección al cielo,
-por el vicio de interrumpir sueños de madrugada-.
Fui confidente
del arpa que vociferaba el murmullo de mis pies agrietando la arena, magullando su falta de respeto a la poética de un destino tachado escrito en los remansos cartográficos de la piel.
Fui cómplice
colgado de la llovizna, y me dejé dejando el tiempo pasar.
Fui culpable
imputado por mis propios suspiros,
y decidí perderme en la invención de un idioma que mida sus palabras en kilómetros para condensar las noches en las llamas de su pelo y aprender a deletrear la aurora
de cuando lo trágico se vuelve dulce;
a la distancia.